Comentario
Si nos dirigimos a Pérgamo, construida en su práctica totalidad durante los siglos III y II a. C., lo primero que podemos observar es que la parte descubierta hasta ahora, visible sobre una loma empinada, se divide netamente en dos barrios: el del palacio y su entorno, que ocupa la cumbre, y un sector lleno de edificios públicos (gimnasios en particular), que desciende por la ladera. En cambio, hace poco que han comenzado las excavaciones de los barrios de habitación, con lo que apenas podemos imaginar la estructura del conjunto.
La acrópolis de Pérgamo es, desde luego, una ciudadela helenística peculiar, puesto que su fuerte posición defensiva y su prolongada pendiente carecen de paralelo en otras capitales del Helenismo, e impiden un asentamiento comercial importante: ninguna vía de fácil acceso podía ascender hasta el cabezo que ocupa, y hay que suponer que la actividad mercantil se desarrollaría más abajo, en el valle, fuera del recinto amurallado, allí donde después se asentaría la ciudad romana y la actual. Por ello, es probable que las casas particulares que se escalonan en la colina pudiesen prescindir de cualquier ordenación en cuadrícula, y se ajustasen sólo a las curvas de nivel.
Sin embargo, si esta causa es suficiente para explicar la ordenación algo irregular del barrio de los gimnasios, no lo es para el ámbito palaciego; allí no hubieran sido necesarias muchas obras para conseguir una planta ortogonal. La explicación debe buscarse, sin duda alguna, en un criterio estético: los palacios helenísticos -tenemos datos coincidentes del de Alejandría a través de un texto de Estrabón (XVII, 1, 8)parecen tender a un urbanismo en desorden detrás de sus murallas: distintos pabellones y palacios quedan diseminados entre jardines, buscando un ameno y pintoresco ambiente, casi como un alivio ideal frente a la asfixiante retícula de las ciudades. Cada uno de los edificios del palacio será, sí, muy sencillo y cuadrangular, con un patio porticado en el centro, pero fuera de él se preferirán vistas sesgadas y en esquina, contacto con la naturaleza y panoramas extensos.
Otro elemento que sorprende, y que conviene resaltar cuando se estudia Pérgamo, es la presencia constante y abrumadora de los ambientes circundados por pórticos: patios de los santuarios, patios de los gimnasios, patios palaciegos... Es como si las estoas clásicas, que vimos desarrollarse en el ágora de Priene, se apoderasen ya de todos los edificios importantes, convirtiéndolos en plazas rodeadas de soportales. En realidad, de lo que se trata es de crear espacios abiertos al sol y al aire, pero apartados del bullicio ciudadano: la búsqueda de la intimidad en los cultos religiosos -aunque sean colectivos-, en los espectáculos o en las recepciones, convierte barrios enteros en una intrincada yuxtaposición de patios porticados, con accesos a menudo difíciles de descubrir. En los mejores casos -y Pérgamo es sin duda uno de ellos- un visitante podía sentirse como en una ciudad de cuento, llena de ámbitos monumentales pero sin calles. Los romanos se entusiasmarán con tal estructura urbanística, e intentarán difundirla cuanto puedan; recuerdo de ello son aún muchas plazas porticadas de nuestras ciudades.
Pero también en Pérgamo observamos que este mismo esquema, el del patio, puede servir justamente para lo contrario: para concentrar en él todos los ruidos y olores posibles, y que no se extiendan hacia el exterior. Así, en el extremo del barrio de los gimnasios hallamos un ejemplo muy claro de lo que suele llamarse ágora helenística, es decir, una plaza cerrada con pórticos exclusivamente dedicada al comercio. De nuevo aquí, si recordamos el esquema del macellum romano o de nuestros mercados modernos (que han cubierto su parte central para completar el aislamiento), habremos de admirar la sabiduría profunda de la arquitectura civil helenística.
Lo único que, hoy por hoy, aún no nos puede mostrar Pérgamo con cierta amplitud, es la arquitectura doméstica de su época. Para ello, hay que volver a Priene, con sus modestas habitaciones, o, si queremos hallar ejemplos más lujosos y completos, a esa ciudad peculiar y única por tantos aspectos que es Delos.